
Existen 3 tipos de relaciones: las de mutuo beneficio, las de un único beneficiario, y las de mutua pérdida. No hace falta pues ser muy inteligente para darse cuenta de que la primera de ellas es la mejor relación de todas para el conjunto, aunque la segunda nos pueda parecer tentadora siempre que seamos nosotros los beneficiados.
Cuando dos personas hacen negocios o mantienen una relación, ambas partes deben salir beneficiadas, pues ambas obtienen algo que deseaban intercambiando esfuerzos en proporciones razonables. Lo contrario, podríamos calificarlo de abuso, engaño, estafa, timo, imposición,…
La relación entre Catalunya y España, históricamente, nunca ha sido una relación calmada, agradable, más bien podría decirse que ha sido del segundo tipo, y no hace falta pensar mucho para saber quién era la beneficiada.
Los tiempos cambian, las sociedades avanzan, pero la historia no puede modificarse, lo hecho hecho está, lo que sucedió ya nadie podrá borrarlo y los sentimientos afloran cuando ciertas relaciones con un único beneficiario asoman al presente como ecos del pasado, desgarrando la piel de nuestros sentimientos y tentándonos a compensar de alguna manera lo injusto del histórico pasado, de nuestro pasado.

Barcelona en llamas durante la revolución popular de la Semana Trágica, en 1909. El gobierno la calificó de separatista para que no trascendiera al resto de España.
En los últimos tiempos en que decir lo que se piensa parece algo más viable, ciertos lobbys amplifican el sentir de pocos, ahora ya no tan pocos, y condicionan a muchos. En los últimos años hemos asistido a varios debates sobre la relación que debe existir entre las distintas regiones del conjunto español, siendo el más sonoro el debate sobre el Estatut de Catalunya.
El problema de este tipo de debates es que muchas veces se olvida que no sólo existe un pasado, sino también un futuro, y quizás este segundo resulta más importante. Terminar con ciertas relaciones para mejorar el futuro parece acertado, pero pretender destruir lo que podría ser una relación mutuamente fructífera no parece tan sensato.
La relación entre Catalunya y España ha de beneficiar a ambas partes, lo cual significa que ni Catalunya debe sentirse expoliada, ni tampoco la misma puede imponer sus condiciones a España. La relación ha de ser de mutuo acuerdo, y el objetivo debe ser asegurarse de que ambas partes se vean beneficiadas, o de lo contrario estaríamos hablando de ciertas otras cosas cuyas palabras en diplomacia resultan malsonantes.
La pregunta a todo esto es… ¿Se beneficia España de la relación que mantiene con Catalunya? Todo indica que así sucede, por tanto, la pregunta que nos queda es: ¿Se beneficia Catalunya de la relación que mantiene con España?
Puede que económicamente Catalunya sea de las que aportan más de lo que reciben, pero en este tipo de relaciones eso parece adecuado, hay que pensar pues en ese ejército militar que es tan de España como de Catalunya (aunque históricamente Catalunya tiene motivos para no sentirlo muy suyo). ¿Podría Catalunya por si sola permitirse un ejército de ese calibre?
Luego pensemos en esos acuerdos económicos o Tratados internacionales, ¿Estaría incluida Catalunya de no formar parte del grupo España? ¿Qué peso tendría Catalunya en Europa? ¿Y a la hora de negociar acuerdos con otros países?

Dicho todo esto, parece que Catalunya sí puede verse beneficiada de formar parte del grupo llamado España, y por tanto, salirse del grupo no parece lo más inteligente como tampoco es inteligente estar en un grupo en el que o bien no te quieren o te tratan de forma desagradable.
Si Catalunya tiene alguna necesidad no parece justo tratarla de separatista para lo que interesa pero exigirle impuestos anualmente, si estamos en el grupo el mismo debe ser consecuente y tratarnos como a un miembro del mismo y no como a la oveja negra a la que esquilar hasta los pelos de las orejas, considerar que quienes hablan en una lengua distinta a la castellana no forman parte del grupo es expulsar a Catalunya de la idea que algunos tienen de España.
El grupo debe ofrecer el respeto que requiere un grupo con miembros tan parecidos pero a su vez distintos, con distintas lenguas y tradiciones culturales, el grupo debe evitar la ofensa o de lo contrario uno de sus miembros podría sentirse incómodo y, aun y siendo una relación de beneficio, marcharse.
Y los miembros del grupo deben entender que si se está en un grupo se debe aportar algo al mismo y buscar ese consenso para tirar todos juntos en la misma dirección, de lo contrario, no hay rumbo o existen varios con direcciones opuestas y eso nos perjudica a todos, convirtiendo la relación en una del tercer tipo y a quienes la forman en los más absolutos idiotas.
Cuando pensemos en qué tipo de relación queremos no sólo debemos acordarnos de lo que sufrieron nuestros antepasados, sino de lo que pueden llegar a disfrutar nuestros hijos, nietos o tataranietos. Si una buena relación entre Catalunya y España es lo mejor para ambas partes, ¿no será también eso lo mejor para nuestros tataranietos?